Rincón dedicado a los manuscritos que rodean mi cabeza...

domingo, enero 31

El hombre de mis sueños


Y de pronto me perdí en sus ojos tristes, esos ojos iguales a los mios... nuevamente me sentí paralizada frente a la mirada triste de alguien...Aquella cara desconocida me era e increiblemente familiar. Mágicamente sus ojos se volveron los mios, en tonces fué él.
Sus ojos apagados delataron su triste pasar, cansado... y en ese momento recordé aquellos sueños que mi subconciente maquino, para aumentar la necesidad de conocer esa realidad o para calmar mi insesante duda. Era su piel, era su pelo... El mismo hombre que en mis sueños limpiaba mi camino para que yo avanzase, el mismo que viste siempre la misma chaleca celeste con trezas tejidas de forma horizontal y que usa esos jeans gastados. El mismo hombre de hace más de 16 años. Hoy, todo tomo forma, hoy su rostro no era un misterio, volvía, aparecia ante mí. Yo, media cansada y confundida, sin estar siquiera preparada para verle hizo caer sobre mi espalda todos los años de dudas y sillas vacías...
El hombre de mi sueño quizás no me quiera conocer, quizás no se quiera volver a amarrar a un pasado del que tal ves aún huya... No lo culpo, no lo odio ni lo extraño.. él simplemente "es" en mi vida y quiero que deje de ser un sueño borroso y de sabor estraño en las mañanas.

Parentesis


Tomó la corona de flores que puso sobre su cama y la sostuvo sobre su cabeza. Mientras se miraba al espejo, puso atención a todas las arrugas que invadían su rostro, y por primera vez sonrió al verlas. Logró ver en cada una de ellas los años que llevaba encima.Setenta años de experiencias, de actos que recordará por siempre. Y hoy a puertas del altar, donde pretende refugiar sus últimos días de vida, es cuando se siente mas viva que nunca. Completar un amor lisiado por tantos años. Hoy, después de todo lo sucedido en su vida, cree que puede empezar de nuevo junto al hombre que le devolvía la alegría, las fuerzas y el aliento. Junto al hombre que en pocos minutos le jurará amor eterno, protección incondicional, un futuro prospero y lleno de magia.
La hija, que por tantos años se impuso entre ella y su prometido, hoy la ayuda a maquillarse y la mira cabizbaja, intentando esquivar su mirada. Nunca creyó que pudiera ser así, que fuera ella quien ayudaría a vestir de novia a su madre después de años de la muerte de su padre. Nunca entendió la capacidad de amor que tenía. Que antes de ser madre de dos hijos y abuela de tres, era una mujer. Una que se paraba frente a la vida con la frente en alto. Siempre correcta y justa. Fuerte para sobrellevar un amor impedido por los seres que más amaba. Por la muerte de un esposo sostenedor de una familia, y ella ahí, teniendo que levantar una familia con el corazón roto, sin dinero y sin padre.
Sus labios, pintados de un rojo caoba, tímidos, pequeños, no albergaban mas que una enorme sonrisa. Al salir de la habitación su hijo la espera para llevarla al altar. Se miran sonrientes y orgullosos. Ella, porque ve en sus ojos el reflejo de su padre. Ve las lagrimas que fueron derramadas. Ve, que ha pesar de sus dolores hoy es el hombre que siempre quiso ser. Él, porque ella le enseñó lo que significa la palabra perseverancia, amor, respeto. Orgulloso de ser su hijo y mas aún, de tener el privilegio de llevarla al altar. Sabe que no podría estar en mejores manos. Sabe, que nadie podrá nunca reemplazar su pasado, pero si puede entregarle un futuro mas llevadero.
El novio. A los pies del altar la mira conmovido. La mujer de su vida viste un vestido hermoso, tal como la imagino el primer día. Tal cual fueron sus sueños de adolescente. Que importaba ya todo el tiempo. Que importaba que la tuviera que esperar por casi veinticinco años, si siempre fue suya, él lo sabía. En el fondo de su corazón siempre existió este día. Ya no estará más solo.
Mientras camina lento por el pasillo hasta llegar al altar, le gente, algunos invitados y familiares, se ponen de pie, ella siente que la barrera de gente que se interpuso durante años hoy le habre paso al paraíso, a una vida menos solitaria y mas placentera. Hoy, al fin comprendieron el amor. Que no existe la edad cuando se quiere tener vida compartida. Cuando se quiere despertar por la mañana y ver el rostro sonriente de alguien que durmió placidamente a tu lado. Que no importan más la familia si algún día ellos se irán y no queden tardes de descanso y recuerdos con quien compartir. Que de nada sirve tener una vida si no la puedes dedicar. No sirve tener un montón de alegría si nadie se sentirá feliz de verte sonreír. Que la vida se acabará un día, y ese día, el día del final, solo quieres descansar sabiendo que a tu lado esta la persona que mejor te entiende, que comprende lo que significa cerrar los ojos y dormir en paz.

miércoles, enero 13

a contraluz


¿Es posible confundirse de esa forma como para no sentir ni el más mínimo cargo de conciencia, el más pequeño remordimiento? Le hablaba tímido, muy nervioso, tartamudeaba y en más de una oportunidad se mordió la lengua por querer decir algo sin tomar el tiempo necesario. La luz de la sala enceguecía. Yo parado detrás de él. Por un momento creí que era inocente, pero las pruebas eran irrefutables. Cada vez que mi acompañante, el detective Ortiz, golpeaba la mesa para intimidarlo y hablara bien conseguía hacerme volver de mi inconsciente y mi insesable escepticismo para pensar nuevamente en su delito. Había asesinado a su madre después de violarla pensando que era su ex mujer, ¿su ex mujer? ¿Había algún punto de comparación entre una mujer de casi ochenta años y otra de solo treinta? ¿Por qué la odiaba tanto como para matarla? Pero, él insiste en que fue un error. Ahora, ¿Por qué querría asesinar a su ex esposa? Crimen pasional, no, demasiado básico para alguien de su calaña. En sus ojos se veía la maldad, llegaba a estremecer. Pero aún así se ponía muy nervioso. ¿Por qué no reconocer este crimen y otros, peores sí? ¿Qué lo hacía inocente de este hecho tomando en cuanta su prontuario? Todo era tan confuso, quería salir, salir de ese lugar, interrogar a todo el mundo si era necesario, porque este caso se estaba llevando paulatinamente mi paz, se la llevaba cada vez que intentaba entrar en su cabeza y me aterraba lo que pudiera encontrar. Pero de un momento a otro todo cambió. Ortiz sacó su revolver y le apuntó a la cabeza. La seguridad de él hizo que Ortiz vacilara. Plantó sus ojos en los de Ortiz penetrando hasta el alma, esa mirada vacía, oscura y perturbadora, lo estremeció, sintió miedo. Salió de la sala, confundido, confrontado con sí mismo, como nunca antes lo había estado. Y de pronto yo y su horrible semblante solos encerrados en esa habitación. Comencé a temblar incontrolablemente. Intenté calmarme, controlar mi ansiedad por descubrirlo y caminé lento hasta quedar sentado de frente a él. No dejó siquiera que dijera palabra alguna cuando comenzó su relato. – Te voy a contar la historia, toda. Ahora vas a entender. El otro solo quiere irse temprano a casa, y tú… a ti de verdad te interesa lo que paso. Cuando yo nací mi mamá me dejó con mi abuela porque no quería vivir y para que mi abuela me criara. Y así fue. Ella me crió. De vez en cuando iba a buscarme y me llevaba a su casa. Cuando cumplí diez años apareció diciendo que quería vivir conmigo, que yo era su hijo por lo tanto tenía todo el derecho del mundo para llevarme donde sea. Yo, con diez años conocía muy bien a las putas de la calle, y ella era una más. Me obligo a ir con ella. Todos los días era yo el que tenía que limpiarle el vomito del cuerpo, meterla en la ducha y bañarla. Hacerle la comida y acostarla. Al principio creí que quería vivir conmigo para quitarse de encima ese horrendo silencio de la soledad. Pero no, solo me quería como su nana. Ahí empezó todo. En la calle ves muchas cosas sabes?, lo que la gente cree no es todo, es aún peor... – Mientras hablaba miraba el reloj que me regaló mi mujer, y presentí que nuevamente no la vería. Ni a ella ni a la pequeña Florencia. – la puta me dejaba solo en la casa cuando habían todo tipo de hombres ebrios y drogados, sus amigotes. No te imaginas la cantidad de cosas que pasan por la cabeza de un hombre con una botella entera de vodka en el cuerpo y tres líneas de coca en las venas. Te agarraban las rodillas para meterte la mano entre las piernas y no los patearas. Te pasaban la lengua por la cara y decían cosas como “así les gusta que le hagan a los huachos no?” . La última vez que el tipo me toco tenía once años. – Sentí un escalofrío subir por mi espalda. Mi cara escéptica se mantenía inconmovible. Cientos de historias similares han pasado por mis oídos y no me he detenido en ninguna para analizar la veracidad del relato. Pero esta vez es distinto. Marcial se acababa llevando todo mi interés. Me desmenuzaba la conciencia con la perdida desgraciada de la ingenuidad y el desapego de una familia rota, disfuncional y podrida. Una infancia desgraciada y un futuro lisiado por personas sin pudor ni remordimiento alguno, anexos a su entorno, fantasmas vivos en un presente extraño, confuso y maldito. – entonces, continuó, agarré la botella rota de vodka que estaba en el suelo junto a mi, convertí todo ese asco, en odio, y ese odio en valentía y fuerza descontrolada. Los vidrios entraron por sus ojos, por su cabeza, por su boca. Quería perforarle el cerebro, que sintiera todo lo que yo sentía…- ¿Era posible que todo eso pasara por la mente de un niño? Era un mocoso, un desgraciado. Después de decir eso sonrió macabramente. Ese gesto remeció mi conciencia y ahuyentó toda pizca de misericordia de mi mente revuelta. Preferí no escuchar más, llegar a casa, dormir y vaciar la cabeza. Con la mente limpia resolvería esto mejor. El fiscal a cargo lo llevó a su celda, pero Marcial quería seguir hablando, gritó por el pasillo que no la había matado, que no la quería matar a ella. Yo simplemente me fui. Me quedé un rato en mi oficina intentando ordenar algunos papeles y así poder llegar un poco mas tarde la mañana siguiente, llevar a Florencia al colegio y a mi mujer a su trabajo. Pero la foto de Marcial se me pegaba a los ojos. En mi grabadora, su historia se repetía y se repetía, molesto, como un mal acorde en una sinfonía perfecta. ¿Cómo llegar a él? Las pruebas a su alrededor lo culpaban, la sangre, el cuchillo, las marcas de la violación. Todo lo encerraba y lo ataba a una cadena perpetua irrefutable. Al escuchar su relato de la violación que sufrió de niño una extraña sensación nació en mí. Era inocente. No, imposible. Todo lo culpa. Podría apelar enfermedad mental, y así exonerarlo. ¿Y que hay de su mujer? Nunca la mencionó. Un impulso eléctrico me saco de mi silla y volví al calabozo. Mientras bajaba las escaleras para llegar a él, un susurro me hizo replantear mi necesidad de investigación. Me acerque temeroso, a paso muy lento para evitar hacer ruido. Marcial cantaba una canción, calma, si sabes quien soy, calma pequeño solo quiero tocarte el corazón. – Muy buenas noches detective, ¿No podía dormir y vino a buscar compañía?- Encendí mi grabadora – Vengo a preguntarte algunas cosas Marcial. Hay cosas que no dijiste, le aseguré con la voz más intimidante que pude sacar. - ¿Y qué quiere que le diga? ¿Cómo me violaban? – Lo interrumpí antes de que continuara con sus amenazas – Aseguraste que querías matar a tu mujer, no a tu mamá ¿Por qué? – cuando le reventé la botella en la cabeza al tipo ese, me internaron en un reformatorio. Esos hogares para “rehabilitar” a niños con problemas. Abigail iba a mi cama todas las noches a dormir conmigo. Se acostaba junto a mí y me acariciaba la cabeza. Cuando me fugué la primera vez ella me ayudó. Pero se quedó ahí. De todas formas ahí le daban comida. Una vez me la encontré en la calle. Ya había salido del hogar y yo estaba arrancando de la policía después de haber robado una casa. – Ríe negando con la cabeza – esa no aparece en tu registro. Nos fuimos a vivir juntos. Abigail no solía hablar mucho, era tan rara como yo. Todo estaba bien hasta que empezó a desaparecer en las noches. No se desde cuando lo hacía. ¿Sabes como llegó Abigail al hogar? Era puta, igual de puta que mi madre. Ese día había consumido no se cuantas cosas, me inyecte, aspire y tome unas pastillas. Andaba en las nubes. Salí a buscarla enojado porque no estaba cuando yo llegué. Estaba en una esquina hablando con un tipo por el vidrio del auto. Sentí que me hirvió la sangre, las manos se me hincharon. Los autos pasaban por mi lado, y a mí no me importaba. Cuando me vió, sus ojos se pusieron negros, como un demonio. Se le transformó la cara. Mire dentro del auto y el tipo tenia la cara desfigurada. Entre el miedo y la rabia que tenía no reaccioné. Y me arranqué y no la volví a ver… - hasta ahora – interrumpí. Los ojos del hombre llamaban mi atención como a un bebe el sonajero. Perdidos. A ratos desorbitados y en otras ocasiones fijos, inmóviles anulando cualquier parpadeo. – No tienes idea. La gente pasaba por mi lado, todas tenían su cara. El mismo semblante demoniaco. Se abalanzaban sobre mí, intentaban comerme los ojos, la sangre, quitarme la vida. – La voz se le quebró y comenzó a perder todo tipo de objetividad. – me tenía que defender. ¡Oficial, me querían matar! – Sus alucinaciones dejaron un cierto aire de irracionalidad en lo que decía. Demasiados demonios dentro de él salieron a invadir su mundo y atormentarlo desde las cosas reales. Esta especie de demencia me tenía desconcertado, atento e increíblemente suspicaz. Eran más de las 2 de la madrugada y yo no podía dejar de escucharlo. El calabozo era tan frío y húmedo como oscuro y silencioso. Los barrotes frente a él producían una sombra en la mitad de su rostro que hacía que brillara solo su ojo de una manera estremecedora. - ¿No me cree verdad detective? Nadie me creyó nunca. Nadie nunca entendió. O los mataba o me mataban a mí. Estaba tan drogado esa noche que no supe donde fui a parar. Me perdí en una carretera. Cuatro años fuera de la ciudad – tres homicidios, dos muertes y una larga lista de robos también ¿no?- Sonrió irónicamente. – mire detective, eso me trajo de vuelta. Ella me atormentaba en sueños, serpientes salían de sus ojos y me succionaban el aire. Me vine – y ahí mataste y violaste a tu madre – deje de aseverar cosas detective. ¿No se supone que vino a escucharme? Muy bien, entonces cállese.- su palabras ahora eran fuertes y seguras, sin titubeos. - Caminé por la carretera como dos semanas hasta que un camionero paro. El único auto al que me atreví a subir. Me trajo hasta la ciudad. Era de noche. Muy fría. Cuando llegué a la que en algún momento fue mi casa solo vi a una mujer recostada en la cama. Tapada hasta las orejas. Una larga cola bajaba por entre las frazadas hasta el piso. Debía matarla. Ella había comenzado todo. Ella me invadía los sueños, consumía mi calma. Mi paz, la poca que tenía. Fui por un cochillo a la cocina. Cuando volví ella se había puesto en pie. Con los ojos negros profundos. Lista para el ataque. Me abalance sobre ella. Y mientras gritaba decidí que esa sería la última vez que reclamaba sus deberes como esposa. No, perdón, como puta. Si quería serlo, debía serlo conmigo. Con nadie más. La furia, el odio se apoderaban de mí. Juro que ni siquiera sus gemidos fueron escuchados por mis oídos. Mientras lentamente mi cuchillo cruzaba su cuello. Me enteré que no era mi Abigail cuando ustedes me trajeron aquí.–

Creo que mi cara de espanto fue superior. Pare la grabadora. Me puse de pie y pase mi mano por la cabeza.

Definitivamente la realidad a veces suele ser más espantosa de lo que puede la fantasía expresar. Finalmente, somos nosotros los que creamos estos demonios para asustarnos. Los que escribimos libros de horror o plasmamos en cintas de video sus rostros maliciosos. Los creamos para comernos la conciencia. Para sacarnos de la realidad y matarnos en un mundo ficticio impenetrable. Somos las mentes, los maquinadores de monstruos, bestias, demonios. Somos nosotros nuestros peores enemigos. Y aun así, hacemos alarde de ser la especie superior.