Rincón dedicado a los manuscritos que rodean mi cabeza...

jueves, agosto 11

Amores de invierno.


Audífonos en las orejas, manos en los bolsillos, ropa liviana y mente en blanco. Así me dispuse pasear para disfrutar el aire primaveral de estos días. Con coraje decidí no ir al trabajo, quedarme en casa y disfrutar de mi cama y mi día. Si esto mañana me trae consecuencias, no me importa, hoy valió la pena.
Es que el sol me llamaba, me instaba a disfrutarlo. Esta víspera de fin de semana largo los movía a todos mas rápido de lo normal. Sí, pude verme en ellos. Caminando sin importar qué sucede al rededor, caminando ensimismados, con la premura de que pronto se acabe el día, para que sea mañana, y cuando mañana llegue, olvidaremos que vino, para despertar el sábado en la mañana sin tener nada que hacer. Cinco días esperando para hacer nada?
Se olvidan donde pisan, no tienen conciencia ni por la historia, ni el paisaje, ni por el que pide una firma para apoyar una causa, que aunque algunos digan perdida, parece ser mas consiente y real de lo que parece. Caminan por las calles olvidando que el asfalto que pisan sus pies, fue el abrigo de la sangre de otros cuantos que también exigeron un poco de atención, "Hey! Las cosas no están bien, abran los ojos!!". Porque mas que un barrio, es el escenario de un pasado tortuoso y aberrante, un pasado que nos pesa y nos persigue. Y seguirá siendo así, hasta que las generaciones no valoren el coraje de esos pocos. De los que por las calles tomaron fotografías como única arma de defensa contra el opresor, imágenes que hoy los mantienen vivos, con esperanza... pero aún sin paz.
Disfruté de los colores, del aroma. Llegué a la vieja librería mística, que por largo tiempo observe y nunca tuve el coraje de entrar (Porque eso es lo que nos falta, coraje). Y más que preguntar por un libro o un disco casi desconocido, compartieron conmigo sus historias, música, vida. Sentados en el suelo revolviendo millares de discos, hablaron de los como, de los era, de los fui y de los soy. Con las manos llenas de polvo y con el olor páginas amarillas, a libro añejo, me despedí prometiendo volver. Y si que lo haré. Y mientras comía el chocolate que amablemente me regalo un quiosquero al que le pedí unos cigarrillos, comprendí que me gusto un poco mas. Volví a entretenerme conmigo misma, a cantar en la calle, a sentirme ligera...

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