Rincón dedicado a los manuscritos que rodean mi cabeza...

martes, diciembre 16

Aún lo recuerdo



Ya no recuerdo bien como era su rostro la última vez que la miré. Estaba en mi cama, la que se le hacía pequeña hoy era un mar. Tome sus pies fuerte cuando solo daba suspiros. Dos semanas en que canalizo todo el aire que tenía, lo administró de tal forma que le durará el tiempo suficiente como para despedirse de todos, como para dejar bien en claro quién era quien se equivocaba, todo ahí en mi cama.

Cuando se la llevaron por primera vez creí que volvería sentada en ese auto, costándole bajar como siempre, riéndose de los puros nervios. Pero llegó en una camilla y desahuciada. Creí que la respiración se me acababa. Las cosas perdieron de una forma irrisoria el sentido común. Me olvidé del mundo y de mí misma. Es increíble como duele ver caer un viejo roble, los que creíste invencibles, los que te protegían…

Creo que ese día trajeron a otra persona. El mismo envase, una mujer vieja y desgastada por los años sombríos, volvió una niña, la que aún recordaba su nombre, la que ahora llamaba “mi mamita” a la única hija que la hizo sentir madre de verdad, la que hasta el día de hoy me cría. Y sé que aunque no me mirara sabía muy bien quién era, identificaba mi vos y me llamaba como siempre; “mi niñita”. Dos semanas bastaron para desgastarme como nunca, para llamarla la mayor cantidad de veces “abuelita”, para decirle te quiero…

Ocupo sus últimos esfuerzos para comer. Dormía, decían todos, pero no. Ella me escuchaba, ella lloraba, y me entendía. Cada vez que la dejaba, apretaba fuerte mi mano. Como sabida de su condición, sabida del duelo, sabida de la dependencia absoluta. A ratos se desesperaba, no se movía, no hablaba, pero escuchaba, lo escuchaba todo. Quise gritarle, decirle que hiciera un último esfuerzo, que la necesitaba aún, que necesitaba que siguiera apoyando a mi mamá, que sola no podía, pero era imposible.

Cuando comenzó a mejorar creí que su lucidez volvería. Que comenzaría a reaccionar, tendría secuelas, eso era cierto, pero le habían dado solo horas de vida, después de que la sangre que nutria sus venas, se estancara para evitar la fluidez de ésta paralizándola por completo. Una semana de evolución, una semana de esperanzas de mejora, una larga y eterna semana de pañales, perfume, esfuerzos sobre humanos para moverla de un lugar a otro. Pero la despedida era inminente.

Nunca ví tanta gente en mi casa. Nunca creí que tanta gente la conociera. Mi abuela era admirada, querida y recordada. Maltratada en su vida matrimonial, era considerada una mujer digna a seguir. Siempre lo creí, pero no pensé que la demás gente viera desde la misma vitrina que yo. Mi abuela no tenía que comer, pero todos podían comer en su casa. Ella no lloraba, pero todos podían llorar en su casa. Era amable, tierna y comprensiva. Te podías perder en sus ojos sin miedo, y dejarte llevar por sus consejos sabios, los que por cierto aún recuerdo y practico. Mi viejita era la mejor, y no lo digo solo yo, lo dijo las más de 80 personas que fueron a su funeral….

Aunque los años pasen, no dejo de pensar en sus difaraciones, en que sus miedos se materializaban cada vez más, que recordará lo que siempre olvido. Como las cosa se combinaban… ¿Será así el preludio de la muerte?

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